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Montes arriba a ver al Abuelo

Una hermosa y soleada mañana de junio, una niña sube con su tía por un pedregoso camino de montaña. Parece una enanita regordeta porque su tía le ha puesto toda la ropa que tenía. Tía Dete lleva a Heidi a casa de su abuelo en los Alpes porque ha encontrado un buen trabajo como empleada en casa de una rica familia de Frankfurt. Hasta ahora, Tía Dete había cuidado de la hija de su hermana fallecida, pero no puede llevarse a Heidi con ella a Frankfurt. Pasado el pueblo de Dörfli, en el camino empinado que sube a Alp-Öhi –el Abuelo de los Alpes- Tía Dete y Heidi se encuentran con Geissenpeter -Peter el cabrero- que lleva su rebaño de cabras a los pastos alpinos. Casi no lleva ropa encima y anda descalzo. Al verle, Heidi se quita la ropa y los zapatos en un tris y sale corriendo detrás de Geissenpeter. “¿Qué te pasa?”, regaña Tía Dete. “¡Ya no necesito estas cosas!”, grita Heidi mientras sube por el camino saltando y brincando con las cabras. Delante de la choza solitaria, en la cumbre que domina las praderas, está sentado el Abuelo, fumando la pipa con aire refunfuñado, mirando fijamente al horizonte. Desde la muerte de su hijo y de su nuera (los padres de Heidi), se ha retirado a su cabaña alpestre, y no habla con nadie del pueblo. Con su larga y tupida barba y sus espesas cejas grises tiene una apariencia amedrentadora pero Heidi corre hacia su abuelo, le estrecha la mano y le dice: “Buenos días, Abuelito, yo soy Heidi y quiero quedarme contigo.” El viejo le lanza una mirada larga y penetrante. “Ya veo”, murmura y se dirige hacia Dete con tono enérgico: “¿Qué hago yo sólo con esta niña aquí en el monte?” “Esto es asunto tuyo ahora, yo ya he hecho bastante por ella, ahora te toca a ti cuidarla. “Yo me voy a Frankfurt y allí no podría llevármela, aunque quisiera”, contesta Dete bruscamente. A la Tía Dete tampoco le gusta dejar a Heidi allá arriba con el Viejo, pero no le queda otro remedio. “Bueno, así que tu eres Heidi”, dice el abuelo a la niña y a la Tía Dete le ordena: “Vete ya y a que no te vuelva a ver nunca más.” Dete esperaba sólo eso. “Cuídate, Abuelo, y tú también, Heidi”, dice, dándose la vuelta rápidamente, y se va corriendo cuesta abajo. En el pueblo la gente le pregunta dónde ha dejado a la niña. “Con el Abuelo, con el Abuelo, claro”, contesta irritada, “puesto que es su hija única.” “Pobre niña! ¿cómo puedes hacer tal cosa?: dejar a una niña tan pequeña e indefensa solita allá arriba con aquel hombre viejo y gruñón”, se indignan los habitantes de Dörfli.

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